"Alcohol may be man's worst enemy, but the Bible says love your enemy" Frank Sinatra.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Historias cíclicas para poetas mediocres.

Perfecta planta circular. Color dorado y con alguna masa de espuma blanca extendida por todo el interior del círculo. Me miraban raro cuando me quedaba observando la perfección de la planta de mi jarra de cerveza. Pero ¿quién me miraba raro?

El camarero era un señor de unos cincuenta años. Un poblado bigote negro que no parecía estar muy limpio. Su voz era desgarrada y llevaba una camisa de un color amarillento, no de fábrica industrial, sino de fábrica del tiempo. Años de trabajo y seguía amargado. Y si alguien nuevo llegaba, se preocupaba de que nunca más volviera. No le gustaban los forasteros. Llegaba a duras penas a fin de mes y su mujer, con más pinta de hombre que de fémina, la ayudaba en la cocina del bar. Era triste ver su situación, cual perro atado con cadenas que desiste en su intento de liberarse.

Un hombre que no andaba bien entró en el bar. Era amigo del camarero porque lo saludó efusivamente. Se le trababa la lengua y olía a vino agrio de la taberna de enfrente. Venía todas las noches a las 11 a este bar a rematar su turno nocturno. Los amigos los cambió por la bebida. La familia la perdió en una apuesta de póker. La casa se la llevó Hacienda. Y parecía feliz siempre con esa ebria sonrisa en la cara. En cada frase incluía una onomatopéyico monosílabo que daba muestras de su embriaguez. Pidió un vino y continuó disfrutando de su amigo hasta terminar la jarra.

Un mujer muy arreglada estaba al final de la barra. Sola. Iba muy pintada y, aunque era pleno invierno, llevaba ropa de verano. Bebía una cerveza y fumaba un cigarro. Sus labios eran rojo, pero no rojo pasión de amor, sino rojo dolor y tristeza. Sus ojos negros como su pelo y el maquillaje corrido. Tenía marcas en las piernas y brazos y alguna que otra en la cara. No se enamoraba a menudo, pero su móvil no lo soltaba en ningún momento. Creo que está enamorada. Pero su trabajo no le permite enamorarse. Sólo vivir con pasión unos minutos con un hombre y, unas horas después, fingir la misma pasión con el siguiente que le pague. Pero estaba enamorada.

Entraron unos cuantos estudiantes, forasteros para el camarero, enrollados para el de la barra y críos para la mujer. Venían muy contentos y con ganas de beber cerveza y vino hasta que ellos, o su cartera, no pudieran más. Hablaban de lo bien que lo pasaban, contaban anécdotas curiosas y reacciones de los padres. Pero cada uno lloraba en su interior su propia pena. Ninguno era feliz porque creían que eran los más desgraciados. Los problemas de cada uno, pensaban que eran peor que los de su amigo. Y sin embargo aportaban una bonita fachada a su oculta identidad.

Es cierto, me miraban raro. Yo estaba solo bebiendo mi cerveza. Sin más problema que no poder dejar de mirar a esas personas e inventar increíbles historias. Pero no de caballeros ni princesas, sino de navajas y borrachos. No de castillos encantados, sino de chabolas sin encanto. No de magia y hechicería, sino de drogas y alcohol. Saqué mi libreta en ese momento y comencé a escribir:

"Perfecta planta circular. Color dorado y con alguna masa de espuma blanca extendida..."

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