"Alcohol may be man's worst enemy, but the Bible says love your enemy" Frank Sinatra.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Etérea libertad.

Cae. Desde lo alto del edificio cae con los brazos en cruz. Doscientos metros dirección suelo. El viento golpeaba su cara violentamente y hacía retroceder su pelo. El frío se adentraba en su cuerpo como presagio de lo que le esperaba en la meta, al final del recorrido descendente. Los miedos quedaron arriba en la azotea. Su peso pasó a ser de 21 gramos. Libre, así fue como se sentía: libre. Pensó durante ese breve instante de tiempo en lo que quiso y como quiso, sin la presión de los que no opinaban lo que él. Y entonces, en ese momento, se dio cuenta de que precipitarse al vacío había merecido la pena. Sus ansias de libertad se habían visto aliviadas por unos simples segundos de vuelo en picado. El trayecto llegaba a su fin. Cerró sus ojos.

Se despertó a las 10 de la mañana. El sol entraba por su ventana y le cegaba las primeras ideas del día. La radio llenaba de catástrofes su mente. El jefe restringía sus inquietudes. Los atascos le ataban los pies al suelo. Y él sólo soñaba con volar cada noche aunque fuera de cabeza a las garras de la realidad.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Lágrimas inocentes.


La luna blanca, brillante, clara y pura incide sobre los cuerpos fríos, pálidos, inertes y amoratados de niños, mayores y ancianos que intentaron en vano sobrevivir al holocausto nazi.

Eran las 7 de la tarde cuando Nikolai, desnudo, fue llevado junto con sus compañeros a la plaza central del campo de Auschwitz. En fila, mirando al frente, les hicieron esperar durante dos horas. Tras este tiempo, aparecieron niñas, también desnudas, en fila frente a los niños. Un alemán con una pistola se preparaba para empezar a asesinar a las niñas una a una en presencia de ellos. La primera en recibir una bala sería Dunka, la chica de la que Nikolai estaba enamorado desde hacía un par de años, cuando eran libres. El arma se encontraba en la frente de Dunka cuando, Nikolai, lleno de ira, se lanzó sobre el alemán. Ella gritó, el alemán se golpeó en la cabeza contra el suelo y un fuerte disparo silenció la escena.

Las 12 de la noche. Los niños y Dunka, la única de las chicas que dejaron con vida, todavía recogían los cadáveres de la tarde. Ella tuvo que trasladar el cuerpo de Nikolai desde la plaza hasta el crematorio. Cargando con él se dio cuenta de lo poco que lo había escuchado en su vida, del poco caso que le había prestado. Se arrepentía cada segundo de que el alemán no hubiera disparado antes y así él no habría tenido tiempo para reaccionar. Pero no había sido así. Le salvó la vida y no tuvo tiempo ni de agradecérselo.

La luna blanca, brillante, clara y pura incide sobre las lágrimas cristalinas, calientes y saladas que resbalan por el rostro ya cansado de llorar sin consuelo en las noches más frías de noviembre.