Abrazos tóxicos, amargos como una cerveza.
Un perfume que no se olvida y un saxo que acalla almas.
Ebrio, tirando la vida en cada pinta
y vertiendo palabras llenas de alcohol al váter.
La voz se apaga, se esconde y agudiza
mientras la respuesta se hace más grave
retumbando en el pecho cada frase.
Como un Otoño en Nueva York
que gira eternamente en la gramola rota.
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