Se encendió un cigarrillo y pensó en ella.
Pensó en que nunca dormiría entre sus piernas. En que desde hacía muchos años ya la había perdido.
Pensó en la risa y el llanto; la vida y la muerte; el cielo y el mar; el sexo sobre unas sábanas blancas; el alcoholismo en soledad; la sangre en unos labios rotos; los diálogos nocturnos con la culpa; la abstinencia que no llega; las miradas que se alejan; el reloj que solo avanza; los golpes contra la acera; las fechas que se olvidan; el calor que no abandona; las dudas que se quedan; aguantar o salir corriendo.
Expulsó el humo denso, gris, muerto.
El hombre que nunca llora, que nunca siente, que siempre bebe y que a veces, solo a veces, se arrepiente amargamente de lo no vivido.
Como todo hombre que vuelve y vuelve a revivir sobre la piel rota.
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