Ella miraba.
La mujer de los mil nombres
que se confundían todos en ninguno.
Y vinieron vientos cíclicos
que movían sus vestidos,
movían mi café.
Diestros o zurdos,
revolvían las hojas descarriadas.
Pero sus zapatos seguían firmes
y no había fuerza que los derrumbara.
El vértigo en sus ojos,
la desnudez de un susurro.
La mujer de los mil nombres
que se confundían todos en ninguno.
Y el viento revolviendo las miradas.
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