y yo sigo aquí sentado.
Gira sobre el todo y la nada
mientras aplaco mi hambre con agua.
Y detrás del humo apareció un rostro
que me asustó por su tremenda expresividad.
Estaba horrorizado
y yo también tenía algo de miedo.
Los vendavales se desvanecieron
y esa expresión se acercaba hasta tocarme
con unos labios fríos
y el pelo desgreñado.
Y mi piel ardía
como el fuego que quiere mantener con vida al náufrago,
como los otoños secos,
como un día sin voz.
Porque no hay nada más triste que una playa sin mar,
que un muro sin pintar,
que unas notas al filo de la boquilla
o que la vida muerta de pena.
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