Corrimos hacia la playa porque era tarde y se nos escapaba el sol.
Y con sus colores amarillos y naranjas fue un atardecer prohibido.
Que si se me escapa un guiño me lo recojas sin pedir nada
y el silencio más cómplice nos abraza.
Patadas a rocas y un sol abrasador me asfixia cada mañana
pero me sobran ganas de matarme en su hoguera.
Nudillos rotos contra contadores que marcan cada segundo,
y sus manecillas retumbaban en mi cabeza sin escrúpulos.
Como un cuento al que le falta un final, que queda incierto
y que deja el alma preparada para una inminente catarsis que no llega.
Como unas olas que cogen fuerza pero no llegan a la orilla
y quedan como agua muerta en mitad de la nada.
Pero aquí no hay mar, ni gaviotas, ni rocas que patear.
No hay barcos a los que escaparse ni puertos donde dormir.
Me quedo en aeropuertos muertos donde el tiempo no avanza
y el suelo está sucio y frío.
Hoy lo he recordado todo.
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