Se impulsó, agarrándose a la cornisa. Alguien pisó sus
manos. Cayó de espaldas a la realidad. Murió en el acto, en el segundo
concretamente. Y el calor emanaba de los poros de su cerebro, pero los vellos
se erizaban de frío. Calló a mi lado. Grité, y brotaron hierbas verdes en los
campos yermos de la mente de un enfermo con personalidad podrida por ansias de
libertad que vagaba por las calles sin rumbo. Alcé los ojos al cielo en busca
de una cura, y millones de copos de nieve que se me antojaban serafines,
cayeron, refrescando mi cara. Placebo disfrazado de antibiótico místico. Me
cubrí con mi chaqueta y continué avanzando por los bulevares atacados por las
sombras de las que todo niño siempre ha huido y huirá.
Hola Héctor:
ResponderEliminarSoy Charo, la miga de tu madre. Me mandó tu blog y al leerlo me he quedado con la boca abierta. Me parece genial, escribes muy bien y lo que es mejor... El potencial que se adivina.
Me emociona leerte. Me siento como si fuera tu tía que de pronto descubres que el niño pequeñito ha crecido y se está convirtiendo en alguien muy especial.
Sigue así, aprende y asombranos.