Cuando lo que anhelas está tan alto que al mirar hacia arriba pierdes el equilibrio. Y alzas la mano, de puntillas, para intentar alcanzarlo, a pesar de que ni midiendo tres metros es posible. Te resignas y miras a tu alrededor, en busca de alguien que pueda cogerte en brazos. No hay nadie ni nada. Todo está vacío. Y pasa un día y otro, y la explanada sigue lisa, llana, hueca.
Después de tantos meses, te pones en pie y decides echar a caminar. Caminas y caminas, a pesar de saber que no encontrarás nada. Que aunque estés diez días y diez noches en marcha sin parar, el paisaje será el mismo y no habrá nadie a quien quejarte cuando te duelan los pies. Y debes seguir caminando solo, por mucho que lo odies. Debes seguir haciéndolo porque no se te adormezcan las piernas.
Caes definitivamente, rendido, después de tantos años. Tu hora ha llegado y sabes que no podrás dar ni un paso más. Así que te paras a pensar en todo lo que has vivido. Una lágrima resbala por tu mejilla al darte cuenta de que no has encontrado nada en tus recuerdos. No has encontrado a nadie entre tus pensamientos. Sólo has recorrido un largo camino hasta tu fin. Solo has recorrido el largo camino hasta tu fin.
Muy tristes las vidas huecas, solitarias y vacías, sin nada que nos ayude a caminarlas. Por suerte, qué lejos de mi experiencia vital.
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