La ciudad se viste triste, está de duelo. El frío arrecia, los abrigos grandes aparecen y vuelven los políticos que huelen a naftalina.
"Es un estado mental" dicen algunos. Pero ese estado tiene una bandera fea que nos representa a todos. Algunos le prenden fuego y ven cómo arde mientras enarbolan cantos de esperanza. Otros la agarran ardiendo, se queman y por algún motivo, les parece heroico.
A mí me gusta ver todo esto desde la distancia. Con un café, las manos en proceso de calentarse y conjuntando dos colores para la ocasión:
Amarillo y marrón.