"Alcohol may be man's worst enemy, but the Bible says love your enemy" Frank Sinatra.

viernes, 18 de enero de 2013

Camarera.


Siempre deseé que se acercara a preguntarme:
“¿Qué va a tomar el caballero?”
Para así responderle:
“A usted, despeinada y sin abrigo.”

sábado, 5 de enero de 2013

Que vivan los locos.


Y de repente un día despiertas. Te levantas de golpe de la cama. Te vistes rápido, casi sin saber por qué lo haces, simplemente te limitas a dejarte llevar. La chaqueta de siempre, las llaves y sales de casa. Echas a correr por la avenida. Los coches van en dirección contraria a la que tú vas. Sientes el viento en la cara. No sabes qué te sucede, pero te sientes bien. Y corres más aún. Mucho más. Parece que el día hoy ha querido hacerte un regalo a pesar de que ni te hayas dado cuenta. La gente te mira raro al verte pasar corriendo pero... ¿Qué más da? ¿Acaso no puedes correr libremente por la acera de tu ciudad? Tendrán envidia. Sí, será eso. Pero.. ¿Envidia exactamente de qué? Ni siquiera yo sé por qué hago esto. ¿Estaré loco? No, no creo. Aunque si es así, que vivan los que estamos jodidamente locos.

viernes, 4 de enero de 2013

Luces de Navidad.

26 de diciembre. Caminaban por la calle a las 7 de la tarde, dando un paseo. El cielo había cerrado ya sus puertas a la función y habría que esperar hasta el día siguiente para ver otra vez actuar al sol. Era un matrimonio joven y feliz, con un hijo que aún no tendría los dos años. La ciudad estaba preciosa en esa época y les inspiraba mucha ternura. Niños cantaban villancicos, tiendas llenas de regalos, gente felicitándose las fiestas por cada rincón de cada calle céntrica. Todos los que conocían a esta joven familia se acercaban al niño y le acariciaban suavemente la cara mientras hablaban con una entonación llena de contrastes y gesticulando mucho. Los padres sonreían llenos de alegría cuando se acercaban a saludar a su pequeño hijo. Pero el niño no entendía por qué la gente se comportaba así, hacía esas cosas tan raras y, sobre todo, por qué se empeñaban en taparle la vista, impidiéndole así ver las luces de Navidad. Luces de todos los colores. Figuras grandes, pequeñas, alargadas pero todas luminosas. Verdes, azules, moradas, rojas, amarillas, blancas. El pequeño no podía evitar apuntar con el dedo índice al cielo, estirándose todo lo que podía para intentar alcanzarlas. ¡Cómo le habría gustado tener todas ellas en su habitación! Y cada vez que el niño quería agarrar esas luces, papá lo cogía en brazos, sonreía, y le decía: Mira, un angelito. Eso es una gran campana. ¿Te gusta el arbolito de Navidad?

Ahora el pequeño ha dejado de serlo. Ahora nadie le estorba la vista. Ya no levanta la mano alzando el dedo índice para intentar tocar las luces de Navidad de la calle. Pero sigue sintiendo lo mismo que cuando ni siquiera sabía por qué hacía todas esas cosas.